viernes, 25 de diciembre de 2009


CARTA DE PRESENTACIÓN
DEL MANIFIESTO EPISCOPAL

21 de noviembre de 1983


Muy Santo Padre:

Que Su Santidad nos permita someterle las siguientes reflexiones con una franqueza muy filial.
La situación de la Iglesia es tal, desde hace veinte años, que aparece como una ciudad ocupada.

Millares de miembros del clero y millones de fieles viven en la angustia y la perplejidad, debido a la “autodestrucción de la Iglesia”.

Los errores contenidos en los documentos del Concilio Vaticano II, las reformas post conciliares, especialmente la Reforma litúrgica, las falsas concepciones difundidas por documentos oficiales, los abusos de poder realizados por la jerarquía, los sumen en el desorden y el desasosiego.

En estas circunstancias dolorosas, muchos pierden la fe, la caridad se enfría, el concepto de la verdadera unidad de la Iglesia desaparece en el tiempo y en el espacio.

En nuestra calidad de Obispos de la Santa Iglesia Católica, sucesores de los Apóstoles, nuestros corazones se desconciertan a la vista de tantas almas, en todo el mundo, desorientadas y con todo deseosas de permanecer en la fe y la moral que han sido definidas por el Magisterio de la Iglesia y que por ella se enseñaron de una manera constante y universal.

Callarnos en estas circunstancias nos parecería convertirnos en cómplices de estas malas obras (2 Jn 11).

Esta es la razón por la que, considerando que todas las gestiones que hicimos en privado desde hace quince años siguen siendo inútiles, nos vemos obligados a intervenir públicamente ante Su Santidad, con el fin de denunciar las causas principales de esta situación dramática y suplicarle usar de su poder de Sucesor de Pedro “para confirmar a sus hermanos en la fe” (Lucas 22, 32) que nos ha sido fielmente transmitida por la Tradición apostólica.

A tal efecto nos permitimos adjuntar a esta carta un Anexo que contiene los errores principales, que son la causa de esta situación trágica y que, por otra parte, ya han sido condenados por sus antecesores.

La lista que sigue da los enunciados, pero no es exhaustiva:

I. Una concepción “latitudinarista” y ecuménica de la Iglesia, dividida en su Fe, condenada particularmente por el Syllabus, nº 18 (DS 2918).

II. Un Gobierno colegial y una orientación democrática de la Iglesia, condenada especialmente por el Concilio Vaticano I (DS 3055).

III. Una falsa concepción de los derechos naturales del hombre que aparece claramente en el documento de la Libertad Religiosa, condenada especialmente por Quanta cura (Pío IX) y Libertas praestantissimum (León XIII).

IV. Una concepción errónea del poder del Papa (DS 3115).

V. La concepción protestante del Santo Sacrificio de la Misa y de los Sacramentos, condenada por el Concilio de Trento (sess. XXII).

VI. Por fin, de manera general, la libre difusión de las herejías, caracterizada por la supresión del Santo Oficio.

Los documentos que contienen estos errores causan un malestar y un desasosiego, tanto más profundos cuanto que provienen de una fuente más elevada. Los clérigos y los fieles más conmovidos por esta situación son, por otra parte, los más unidos a la Iglesia, a la autoridad del Sucesor de Pedro, al Magisterio tradicional de la Iglesia.

Muy Santo Padre, es urgente que este malestar desaparezca, ya que el rebaño se dispersa y las ovejas abandonadas siguen a los mercenarios. Le conjuramos, por el bien de la fe católica y la salvación de las almas, reafirmar las verdades contrarias a estos errores, verdades que han sido enseñadas durante veinte siglos por la Santa Iglesia.

Es con los sentimientos de San Pablo frente a San Pedro cuando le acusaba de no seguir “la verdad del Evangelio” (Gálatas 2, 11-14) que nos dirigimos a Vos. Nuestro objetivo es solamente proteger la fe de los fieles.

San Roberto Bellarmino, expresando a este respecto un principio de moral general, afirma que se debe resistir al Pontífice cuya acción sería nociva a la salvación de las almas (De Rom. Pon. 1. 2, c. 29).

Es pues con el fin de ayudar a Su Santidad que lanzamos este grito de alarma, vuelto más vehemente aún por los errores del Nuevo Derecho Canónico, por no decir las herejías, y por las ceremonias y los discursos del quinto centenario del nacimiento de Lutero. Verdaderamente, la medida está llena.

Que Dios venga en vuestra ayuda, muy Santo Padre, rogamos sin cesar, a Vuestra intención, a la Bienaventurada Virgen María.

Dígnese aceptar nuestros sentimientos de dedicación filial.


Río de Janeiro, 21 de noviembre de 1983,
Fiesta de la Presentación de la Santísima Virgen.



Marcel Lefebvre, antiguo Arzobispo-Obispo de Tulle.
Antonio de Castro Mayer, Obispo de Campos.

jueves, 24 de diciembre de 2009


CARTA AL PAPA PABLO VI
SOBRE LA NUEVA MISA


Beatísimo Padre:

Habiendo examinado atentamente el Novus Ordo Missæ que entrará en vigor el próximo día 30 de noviembre, después de mucho rezar y reflexionar juzgué mi deber, como sacerdote y como obispo, presentar a Su Santidad mi angustia de conciencia, y formular, con la piedad y confianza filiales que debo al Vicario de Jesucristo, una súplica.

El Novus Ordo Missæ, por las omisiones y cambios que introduce en el Ordinario de la Misa y por muchas de sus normas generales que indican el concepto y la naturaleza del nuevo Misal, en puntos esenciales no expresa como debería la Teología del Santo Sacrificio de la Eucaristía, establecida por el Sacrosanto Concilio de Trento en su sesión XXII.

Es éste un hecho que la simple catequesis no consigue contrapesar. Remito anexas las razones que, a mi modo de ver, justifican esta conclusión.

Los motivos de índole pastoral que, eventualmente, podrían ser alegados en favor de la nueva estructura de la Misa, en primer lugar, no pueden llegar al punto de dejar en el olvido los argumentos de índole dogmática que militan en sentido contrario; y en segundo lugar, no parecen procedentes.

Los cambios que han preparado el Novus Ordo Missæ no han contribuido a aumentar la Fe y la piedad de los fieles. Al contrario, nos han dejado temerosos, aprensión aumentada por el Novus Ordo, por cuanto éste abonó la idea de que no hay nada inmutable en la Santa Iglesia, ni siquiera el Santo Sacrificio de la Misa

Además, como señalo en las hojas adjuntas, el Novus Ordo no sólo no acentúa, sino que extingue la fe en las verdades centrales de la vida católica, como la Presencia Real de Jesús en la Santísima Eucaristía, la realidad del Sacrificio propiciatorio, o el sacerdocio jerárquico.

Cumplo así un imperioso deber de conciencia suplicando humilde y respetuosamente a Su Santidad que se digne, mediante un acto positivo que elimine cualquier duda, autorizarnos a continuar con la utilización del Ordo Missæ de San Pío V, cuya eficacia en la dilatación de la Santa Iglesia, y en el fervor de sacerdotes y fieles, recuerda Su Santidad con tanta unción.

Estoy seguro de que la Paternal Benevolencia de Su Santidad no dejará de disipar las perplejidades que angustian mi corazón de sacerdote y obispo.

Postrado a los pies de Su Santidad con humilde obediencia y filial piedad, imploro Vuestra Bendición Apostólica.


CONSIDERACIONES SOBRE
EL NOVUS ORDO MISSÆ


El nuevo Ordo Missæ consta de normas generales y del texto del Ordinario de la Misa. Unas y otro proponen una Nueva Misa que no responde suficientemente a las definiciones del Concilio de Trento al respecto, y por eso mismo constituye un grave peligro para la integridad y pureza de la Fe católica.

Aquí examinamos apenas algunos puntos que, nos parece, demuestran lo que afirmarnos.


1. Noción de Misa

En el nº 7, el Novus Ordo da la siguiente definición de Misa: “La Cena del Señor o Misa es la sagrada asamblea o reunión del pueblo de Dios, bajo la presidencia del sacerdote, para celebrar el memorial del Señor Por ello, para esta reunión de la santa iglesia local vale de modo eminente la promesa de Cristo: «Allí donde dos o tres estuvieren reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt. 18, 20)”.

En esta definición:

a) Se insiste en la Misa como cena. Este concepto de la Misa se repite con frecuencia todo a lo largo de las normas generales (cfr. v. gr., nnº 8, 48, 55d, 56, etc.).

Parece incluso que la intención del nuevo Ordo Missæ es inculcar este aspecto de la Misa, lo cual se hace en detrimento del otro esencial, esto es, que la Misa es un sacrificio.

b) De hecho, en la cuasi-definición de Misa del nº 7 no se declara el carácter de sacrificio de la Misa,

c) Del mismo modo que no se subraya el carácter sacramental del sacerdote, que lo distingue de los fieles.

d) Además, nada se dice del valor intrínseco de la Misa independientemente de la presencia de la asamblea. Más bien da a entender que no hay Misa sin congregatio populi [reunión del pueblo], pues es la congregatio la que define la Misa.

e) Finalmente, el texto deja abierta una confusión entre la Presencia Real y la presencia espiritual, por cuanto aplica a la Misa el texto de San Mateo, en el cual sólo se trata de la presencia espiritual.

El equívoco entre la Presencia Real y la presencia espiritual, señalado en el nº 7, se ve confirmado por lo que dice el nº 8, que divide la Misa en “Misa de la Palabra” y “Misa del Cuerpo del Señor”, e igualmente oculta el carácter de sacrificio que es principal en la Misa, puesto que la Cena no pasa de ser una consecuencia, como puede deducirse del canon 3 de la XXII sesión del Concilio de Trento.

Entendemos que los dos textos del Vaticano II citados en nota no justifican la noción de Misa propuesta en el texto.

Entendemos también que algunas expresiones, más o menos incidentales, en las cuales tienen lugar afirmaciones como ésta de que en el altar “se hace presente el sacrificio de la cruz en los signos sacramentales” (nº 259) no son suficientes para disipar un concepto equívoco inculcado al describirse la Misa (nº 7) y en muchos otros lugares de las normas generales.


2. Finalidad de la Misa

La Misa es un sacrificio de alabanza a la Santísima Trinidad.

Tal finalidad no aparece, de modo explícito, en el nuevo Ordo. Al contrario, todo lo que en la Misa de San Pío V destacaba este fin del Sacrificio, ha sido suprimido del nuevo Ordo.

Así, las oraciones Suscipe, Sancta Trinitas del Ofertorio, o la oración final Placeat tibi, Sancta Trinitas; igualmente, el Prefacio de la Santísima Trinidad dejó de ser el Prefacio del domingo, día del Señor.

Además de Sacrificium laudis SS. Trinitatis, la Misa es un Sacrificio propiciatorio. Sobre ese carácter, contra los errores de los protestantes, insiste mucho el Tridentino (cap. 1 y can. 3).

Tal finalidad no aparece explícita en el nuevo Ordo. Aquí y allá aparece una u otra expresión que podría entenderse que envuelve ese concepto. Jamás aparece sin sombra de duda. Y está ausente cuando las normas declaran la finalidad de la Misa (nº 54).

De hecho, no es suficiente, para atender a la Teología de la Misa establecida por el Tridentino, afirmar que ésta colma la “santificación”. No está claro que este concepto envuelva necesariamente el otro, de propiciación.

Además, la intención propiciatoria, bien indicada en la Misa de San Pío V, desaparece de la Nueva Misa. Las oraciones del Ofertorio Suscipe, Sancte Pater u Offerimus, Tibi..., y la de bendición del agua Deus qui humanæ substantiæ... reformasti fueron sustituidas por otras que nada hablan de propiciación. Inculcan más el sentido de banquete espiritual: panis vitæ [pan de vida] y potus spiritualis [bebida espiritual].


3. Esencia del Sacrificio

La esencia del Sacrificio de la Misa está en la repetición de lo que hizo Jesús en la Última Cena, y no en la mera narración, aunque esté acompañada de gestos.

Los moralistas advierten que no basta con relatar históricamente lo que hizo Jesús. Es necesario pronunciar las palabras de la consagración con intención de repetir lo que Jesús realizó, pues el sacerdote, al celebrar, representa a Jesucristo, obra in persona Christi.

En el nuevo Ordo no se tiene en cuenta tal precisión, que sin embargo es esencial. Por el contrario, en el pasaje en que se subraya la parte narrativa, nada se dice de la parte propiamente sacrificial.

Así, al exponer las Preces Eucarísticas, habla de narratio institutionis [narración de la institución] (nº 54d), de manera que las expresiones Ecclesia memoriam ipsius Christi agit [la Iglesia hace memoria del mismo Cristo] y la otra del final de la consagración Hoc facite in meam commemorationem [haced esto en conmemoración mía] tienen el sentido indicado por la explicación dada anteriormente en las normas generales (nº 54d).

Entendemos que la frase final de la consagración, Haec quotiescumque feceritis, in mei memoriam facietis [siempre que hiciereis esto, hacedlo en memoria mía] era mucho más expresiva para decir que, en la Misa, se repetía la acción de Jesucristo.

Añadamos que la introducción, entre las palabras esenciales de la consagración y las expresiones Accipite et manducate ex hoc omnes [tomad y comed todos de él] y Accipite et bibite ex eo omnes [tomad y bebed todos de él], lleva la parte narrativa hasta el interior del mismo acto sacrificial.

En la Misa de San Pío V el texto y los gestos orientaban naturalmente al sacerdote hacia una acción sacrificial propiciatoria, casi le imponían la intención al sacerdote que celebraba. Y así, la lex supplicandi [ley de la oración] se conformaba perfectamente a la lex credendi [ley de la fe].

No se puede decir lo mismo del nuevo Ordo Missæ cuando, dada la importancia del acto, más en los tiempos modernos excesivamente trepidantes, y dadas además las condiciones psicológicas de las nuevas generaciones, el Ordo Missæ debería facilitar al celebrante el tener presente la intención necesaria para realizar válida y dignamente el acto del Santo Sacrificio.


4. Presencia Real

El Sacrificio de la Misa está íntimamente ligado a la Presencia Real de Jesucristo en la Santísima Eucaristía. Ésta es consecuencia de aquél.

En la transustanciación se opera el cambio de sustancia del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre del Salvador, y se realiza el sacrificio.

Como consecuencia, permanece en el altar la víctima perenne. La Santísima Eucaristía no es más que la Hostia del Sacrificio, que permanece una vez pasado el acto sacrificial.

El nuevo Ordo, desde la definición de la Misa (nº 7), alimenta una ambigüedad sobre la Presencia Real, más o menos confundida con la presencia meramente espiritual en la oración de dos o tres congregados en nombre de Jesús.

Después de la supresión de casi todas las genuflexiones – forma tradicional de adorar entre los latinos –, la acción de gracias en posición de sentado, la posibilidad de celebración sin la piedra del ara en una simple mesa, la equiparación del manjar eucarístico con el manjar espiritual... todo contribuye a oscurecer la fe en la Presencia Real.

La última consideración sobre la equiparación entre el manjar eucarístico y el manjar espiritual deja en el aire la idea de que la Presencia de Jesús en la Santísima Eucaristía consiste en el uso, como acontece con la Palabra de Dios. Y de ahí a resbalar hacia el error de los luteranos no es tan difícil, especialmente en una sociedad poco dada a la reflexión de orden trascendente.

La misma conclusión se ve favorecida por la función del altar: es sólo una mesa, donde no hay, normalmente, lugar para el Sagrario, en el cual habitualmente se conserva la Víctima del Sacrificio.

También la disciplina que conduce a los fieles a comulgar de la misma Hostia que el celebrante, de por sí da lugar a la idea de que, finalizado el sacrificio, ya no hay lugar a la Sagrada Reserva.

De este modo, toda la disposición del nuevo Ordo Missæ no sólo no favorece la fe en la Presencia Real, sino que la disminuye.


5. Sacerdocio jerárquico

Define el Concilio de Trento que Jesús instituyó a sus Apóstoles sacerdotes para que ellos y otros sacerdotes, sus sucesores, ofreciesen su Cuerpo y Sangre (can. 2, sesión XXII), de manera que la realización del Sacrificio de la Misa es un acto que exige la ordenación sacerdotal.

Por otro lado, el mismo Concilio de Trento condena la tesis protestante que convierte a todos los cristianos en sacerdotes del Nuevo Testamento.

Se ve pues que, según la fe, sólo el sacerdote jerárquico es capaz de realizar el Sacrificio de la Nueva Ley.

Esta verdad está diluida en el nuevo Ordo Missæ.

En este Ordo la Misa es más del pueblo que del sacerdote.

Si es también del sacerdote, es porque éste forma parte de la multitud.

No aparece como mediador ex hominibus [tomado de entre los hombres para aquellas cosas que se refieren a Dios], inferior a Jesucristo y superior a los fieles, como dice San Roberto Belarmino. Él no es el juez que absuelve, es simplemente el hermano que preside.


6. Conclusión

Otras observaciones podríamos hacer que confirmarían lo que arriba hemos dicho.

Juzgamos, sin embargo, que las cuestiones apuntadas son suficientes para mostrar que el nuevo Ordo Missæ no se ajusta a la Teología de la Misa, establecida de modo definitivo por el Concilio de Trento, y por ello constituye un grave peligro para la pureza de la Fe.

martes, 15 de diciembre de 2009

Juzgar al Papa


MUNDANIZACIÓN

Juan Pablo II da la impresión de haber fijado, como norma de gobierno, la aceptación, la asimilación del mundo moderno. Esto, por otra parte, de acuerdo con el propósito que anunció Pablo VI en el discurso de clausura del Concilio Vaticano II.

Semejante mundanización choca con innumerables expresiones, en las que el Divino Maestro condena al mundo. No es de extrañar, pues, que muchas actitudes actuales del Papa sean objeto de comentarios y críticas de escritores católicos.

De ahí el “escándalo” de muchos cristianos, que acusan: “Ellos critican hasta al Papa”. “Ellos”, los tradicionalistas.

Hagamos algunas observaciones sobre este comentario.

Recordemos ante todo que el hombre es conducido al bien por las acciones propias de su naturaleza racional. O sea, su voluntad necesita del esclarecimiento de la inteligencia para amar y adherir al bien, y así actuar como hombre: la voluntad se inclina al bien propuesto por la inteligencia como tal.

Por otra parte, es en el seno de la sociedad que el hombre se encamina a su destino eterno. Manda, en consecuencia, la caridad que, unos a los otros, los individuos se auxilien, para discernir el bien del mal, evitar a éste y seguir a aquél.

De ahí que la crítica de ciertas actitudes, incluso del Papa —por supuesto hecha con acatamiento y respeto de su Persona— es hasta obligatoria. No olvidemos que el escándalo es tanto mayor cuanto de más alto procede.

Así, no se está “juzgando” al Papa, cuando se señala la herejía propagada por Él, al sentarse en la sinagoga en paridad de condiciones, con el rabino jefe, como si fuesen representantes de dos religiones que se equivalen.

Destacar este y otros escándalos no es juzgar al Papa.

Es auxiliar a los fieles a evitar la asimilación del error contenido en el ejemplo papal.

Bajo otro aspecto, tal censura es una profesión de Fe, que nos es obligatoria, cuando ésta es profanada u oscurecida.

miércoles, 2 de diciembre de 2009


SANTÍSIMA TRINIDAD

La única religión monoteísta


Recién en el siglo XIV, el Papa Juan XXII, introdujo en el calendario romano la fiesta especial de la Santísima Trinidad.

Ello se explica porque, en realidad, todo domingo es el Día del Señor y el Señor es el Dios Uno y Trino.

Pero se explica también que haya una fiesta especial de la Santísima Trinidad, porque el misterio más augusto del Cristianismo debe destacarse en el Año Litúrgico, con un día consagrado a una singular profesión de Fe, solemne y humilde, de la Iglesia y de todos los fieles.

Esta fiesta está bien situada al término del ciclo litúrgico soteriológico de nuestra salvación, pues, como ingresamos en la vía de salvación por el Bautismo recibido en nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, así al ingresar a la vida eterna, nos despedimos de esta tierra en nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo: “Parte, oh alma cristiana —dice la Liturgia— de este mundo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.

Dios es misterio. Dios debe ser misterio porque debe superar la capacidad natural del conocimiento humano.

Por otro lado, nos compete percibir en las perfecciones creadas los reflejos de las perfecciones infinitas de Dios. Ahora bien, entre las perfecciones de las criaturas, hay algunas —y de las más nobles— que sólo existen por relación con otras. Tal es el caso de la paternidad.

Sólo hay padre donde hay hijo. ¿Vamos a decir ahora que en Dios nada hay de esta amable y aun inefable prerrogativa de Padre? Sería absurdo. No se puede pensar.

Pero si en Dios hay Padre, debe haber Hijo. Y si hay Padre e Hijo, debe entre ellos correr un efluvio de amor indecible, es el Espíritu Santo.

Esta Trinidad no puede destruir la unidad con que adoramos a un solo Dios. En otras palabras sólo es monoteísta quien adora a la Santísima Trinidad, porque la Unidad de Dios es inseparable de la Trinidad de Personas.

Es falso, pues, decir que los musulmanes son monoteístas. No lo son porque no adoran al único Dios verdadero que es Trino. Ellos son monólatras, o sea, adoran un solo ídolo supremo.

Dígase lo mismo de los judíos, cuando rechazaron la revelación de la Santísima Trinidad. Ellos también dejaron la adoración del verdadero Dios Trino, aunque no lo supiesen, para inclinarse ante un ser inexistente, un ídolo por lo tanto.

Sólo hay, pues, una religión monoteísta: es la Católica, que adora a la Santísima Trinidad.

(Publicado en Revista Roma Nº 93)